¿Sería posible trabajar sólo cuatro días a la semana?

¿Sería posible trabajar sólo cuatro días a la semana?

Decía el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga que “la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”. Debe consistir en algo más, añadía, como disfrutar de “la música, la poesía, la naturaleza o la belleza”. También, subrayan otros expertos, es necesario más tiempo para los cuidados —de niños, mayores y enfermos— y para los autocuidados: o sea, descansar, cultivarse y relacionarse con la familia y los amigos. “Si no, esto es una mierda”, comentaba el codirector de la la Fundación Atapuerca en una entrevista a la agencia Sinc. Trabajar y trabajar para, finalmente, terminar la semana enclaustrado en un centro comercial era, a su juicio, una vida “no humana”.

¿Sería viable y beneficioso, pues, currar sólo cuatro días? Hablamos de una semana laboral de lunes a jueves. O decidida por el empleador y el empleado, de modo que la libranza pudiese ser un miércoles, por ejemplo. El nuevo modelo podría implicar un cambio de turnos o la creación de otros nuevos —con una hipotética contratación de más empleados, pues la actividad de algunos negocios y empresas es ininterrumpida—, así como una reorganización de los horarios escolares. Una medida que ya se ha aplicado en compañías y administraciones de varios Estados, con resultados desiguales.

El partido de Íñigo Errejón la ha devuelto a la actualidad con su inclusión en el programa electoral de Más País para las elecciones generales, una iniciativa que ya había planteado Podemos en las autonómicas de 2005 con el objetivo de «repartir el empleo». No obstante, se plantean muchas dudas. ¿Hablamos de 32 horas laborales a la semana —como planteaba el político madrileño— o de concentrar las cuarenta actuales en cuatro jornadas, de modo que trabajaríamos diez horas al día en vez de ocho? ¿Los funcionarios verían ampliado su horario laboral o deberían cumplir escrupulosamente el establecido? Más allá de los asalariados, ¿podrían permitírselo los autónomos?

Las preguntas podrían extenderse hasta el infinito. ¿Es la solución a la automatización? ¿Generaría más empleo, pero se reducirían los sueldos? ¿Deberíamos ser solidarios al repartir el trabajo, aunque se redujesen las nóminas? ¿O se cobraría lo mismo? ¿Motivaría más y agotaría menos? ¿Se resentiría o mejoraría la productividad? ¿Podría ser aprovechada para precarizar el empleo? ¿Colapsaría los trámites de las Administraciones? ¿Cómo afectaría a la conciliación? ¿Aumentarían los viajes y, en consecuencia, la contaminación? ¿O se reduciría al disminuir los desplazamientos a la oficina, lo que redundaría en un menor gasto de energía? ¿Se consumiría más? ¿Y eso sería bueno o malo?

En definitiva, ¿cuáles serían los pros y las contras? Y, más allá de las experiencias en otras latitudes, ¿es viable en España? Empresarios, sindicalistas, trabajadores, directivas, autónomos, funcionarios, ecologistas, psiquiatras, economistas y expertas en igualdad de género analizan los beneficios y perjuicios de la semana laboral de cuatro días —que no necesariamente de 32 horas—, aunque su opinión no tiene por qué representar a todo su colectivo y algunos colegas podrían discrepar. Sirvan sus consideraciones como un reflejo difuso de lo que podría suponer la redistribución de la jornada laboral y del trabajo mismo.

¿El trabajador estaría más motivado?

La psiquiatra Marina Díaz-Marsá considera “muy arriesgado” afirmar que una semana laboral de cuatro días beneficiaría a la salud mental de los trabajadores, aunque deja claro que las jornadas son demasiado largas. “No las establecidas, sino las de la mayoría de los empleados, que pasan más tiempo en el trabajo de lo que les corresponde”, añade la doctora del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Alude, claro, al presentismo: “Estar sólo por estar, sin que esas horas añadidas sean productivas. Lo hacen porque en España está bien visto, aunque esa perspectiva habría que cambiarla”.

¿Disminuirían las bajas por trastornos psicológicos asociados al trabajo y, de paso, la sanidad pública se ahorraría costes, como sostiene Jon Messenger, investigador de la Organización Internacional del Trabajo? “No hay datos suficientes para afirmarlo. El estrés mantenido en el tiempo puede producir depresión y las jornadas largas pueden influir en ello y aumentar las consultas. Sin embargo, no todas las bajas tienen que ver con una depresión, pues también hay casos de acoso laboral”, deja claro Díaz-Marsá, quien estima “demasiado simplista” asociarlo a la sobrecarga de trabajo.

En cambio, no cabe duda de que el descanso influye “muy positivamente” en nuestra salud mental y física, al tiempo que provoca una sensación de bienestar. “La vida del ser humano no es sólo trabajar y producir, sino también disfrutar de la familia y del ocio. Además, el cerebro necesita reposo para seguir funcionando”. Currar más contentos redunda en una mayor eficiencia, añade la psiquiatra, convencida de que una mayor calidad de vida podría mejorar el rendimiento. “Y, al contrario, las largas jornadas te hacen rendir menos”.

No obstante, considera que librar el viernes, pero trabajar más horas de lunes a jueves, sería un arma de doble filo. Por ello, cree necesario reducir ligeramente los horarios y, sobre todo, que se cumplan los actuales. “Eso es lo que tendría más sentido”. Dos medidas que, según ella, no afectarían negativamente a la productividad. “Concentrar las horas es bueno, pero no debe implicar que nos convirtamos en autómatas y no tengamos relaciones con otras personas en el ámbito laboral. Al contrario, cultivarlas es importante”, afirma Marina Díaz-Marsá.

Una reducción horaria, aunque no precisamente de la semana laboral, agotaría menos y motivaría más al trabajador. Ahora bien, la doctora del Hospital Clínico San Carlos considera que los propios afectados también son responsables de sus hábitos. “Hay que cambiar la psicología de los empleados, porque a veces son ellos mismos quienes no tienen en el horizonte otras perspectivas más allá del trabajo y adquieren la costumbre de pasar muchas horas en él. Debemos educar a la empresa, pero también a los trabajadores, porque es obvio que el presentismo perjudica a España”.

Una vez conseguido el bienestar individual, podríamos hablar del colectivo. “Es importante que el empleado esté a gusto, porque al final la suma de muchas personas contentas modelan una comunidad satisfecha. La gente se tiene que construir y hay que darle una vuelta a los valores de la sociedad actual: ¿qué queremos y qué nos hace más plenos?”, concluye la psiquiatra Díaz-Marsá, a quien se le han ido exponiendo durante la entrevista algunas de las conclusiones de The Shorter Working Week: A Radical And Pragmatic Proposal, un estudio del centro de investigación británico Autonomy en colaboración con 4 Day Week Campaign, una campaña a favor de la semana laboral de cuatro días.

Sus autores reflejan “la importancia del tiempo no laboral para nuestra salud mental y física, así como para nuestra sensación de bienestar general”. Mediante la transición del modelo actual a uno más corto, podría pasarse de una baja productividad causada por el malestar y por un deficiente estado psíquico a una masa trabajadora “feliz y productiva” equilibrada por una vida laboral saludable. Para ello, estiman que sería necesario “más descanso, horas de sueño, tiempo libre y autonomía”.

Racionalizar los horarios

“Plantear en España una jornada laboral de cuatro días, cuando no hemos sido capaces de lograr una semana cinco armonizada con la conciliación, es como empezar la casa por el tejado”, cree José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España (ARHOE). “Personalmente y como empresario, claro que me gustaría trabajar sólo cuatro días a la semana, pero no se puede engañar a la sociedad en un país que sale de trabajar a las siete y media de la tarde, por no hablar del comercio y la hostelería”.

Casero aboga por trabajar de lunes a viernes, pero con un horario maleable, siempre que lo permita el puesto y el sector. Por ejemplo, con entradas flexibles, en función de las circunstancias y singularidades del empleado, así como con la posibilidad de dedicar alguna tarde al teletrabajo. “Somos la quinta economía de Europa, pero perdemos puestos en la tabla de clasificación de productividad”.

El presidente de ARHOE reivindica la jornada intensiva como factor diferencial. “Si en verano los resultados económicos de las empresas no se resienten, ¿por qué no aplicarla durante todo el año? Cuando se consiga esa realidad en cinco días, podremos hablar de los cuatro”, sentencia Casero, quien critica la falta de liderazgo político y subraya que tanto los empresarios como los sindicatos deben tomarse en serio la racionalización de los horarios.

¿Mejoraría la productividad?

“Una jornada larga no es sinónimo de productividad”, deja claro Gerardo Cuerva, presidente de la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa (CEPYME). “Es necesario racionalizar el tiempo de trabajo, evitando jornadas excesivas que no contribuyen a la productividad de las empresas, aunque hay que ser consciente de la dificultad de aunar intereses muy distintos a la hora de realizar una efectiva racionalización de horarios”.

Con más descanso, ¿mejoraría la eficiencia de los trabajadores? “Los horarios que tenemos en España se ven condicionados por muchos factores, no sólo laborales, sino también culturales y de otro tipo: el turno partido, el clima, la programación televisiva, el ocio, etcétera”, explica Gerardo Cuerva. “Para las pequeñas y medianas empresas (pymes), la utilización de la jornada continuada, el horario flexible u otros modos de organización del tiempo de trabajo y de los descansos pueden permitir una mayor compatibilidad entre el derecho a la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, así como la mejora de la productividad en las empresas”.

CEPYME remite al Informe Randstad Employer Brand Research 2019 para destacar que el segundo criterio de los trabajadores a la hora de elegir una empresa es la conciliación entre el entorno laboral y la vida personal (55%), mientras que el primero es el salario atractivo y los beneficios sociales (62%). Les siguen la seguridad laboral (48%), el ambiente de trabajo agradable (47%) y la flexibilidad (43%).

“El citado estudio pone de manifiesto que los factores como la conciliación o un entorno agradable experimentan una tendencia de crecimiento en los últimos años, a medida que se ha ido reactivando el mercado laboral y reduciendo las tasas de desempleo”, apunta Gerardo Cuerva, quien elude referirse directamente a las ventajas e inconvenientes de la jornada laboral de cuatro días sin matizar antes una serie de cuestiones.

“Las empresas representadas en la Confederación, y que componen el tejido productivo, tienen ajustada su actividad productiva a las actuales jornadas que existen en España, enmarcadas en el ámbito de la negociación colectiva y de la autonomía de nuestros negociadores”, añade el presidente de CEPYME, quien subraya la importancia de los convenios colectivos que recogen las necesidades de las empresas y los trabajadores. “El debate resulta, por tanto, más complejo”.

El estudio The Shorter Working Week: A Radical And Pragmatic Proposal denuncia el estancamiento de la productividad, entre otros males, como la precarización, la automatización o la desigualdad de género. Para combatirlos, aboga por una semana laboral más corta, una posibilidad real y no una “utopía abstracta”, según el trabajo de Autonomy, que sostiene que no hay una correlación entre una jornada laboral extensa y una eficiencia mayor.

Para tratar de dilucidar si con un día menos de trabajo podría mejorar la eficiencia de los trabajadores y la productividad de las empresas, recurrimos a la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), pero la patronal ha declinado valorar “propuestas políticas”. Más adelante se expondrá el parecer de Eva Serrano Clavero, presidenta de la Asociación Española de Mujeres Empresarias de Madrid (ASEME) y vicepresidenta de la Confederación de Empresarios e Industriales de Madrid (CEIM), quien sostiene que la prioridad actual es la creación de empleo.

¿Más trabajo, pero precarizado?

El estudio de Autonomy refleja que en los últimos años ha crecido el trabajo precario, excesivo y mal pagado. Una transición a la semana de cuatro días mejoraría la calidad del empleo, así como su remuneración, aunque se repartiese entre varios trabajadores, según el laboratorio de ideas británico.

Un estado del bienestar fortalecido facilitaría el aumento de los salarios y la reducción del horario laboral. Aunque pueda parecer un sueño, el objetivo sería establecer en el futuro un modelo donde el empleo fuese estable, bien pagado, de calidad y al alcance de todos, según se desprende del informe The Shorter Working Week: A Radical And Pragmatic Proposal.

Jon Messenger, investigador de la OIT, también cree que la reducción de horas de trabajo, garantizando las condiciones de los empleados a tiempo parcial, sería beneficioso no sólo para ellos, sino también para los empresarios y la sociedad. Según plasma en su estudio Working time and the future of work, habría más y mejores empleos, desempeñados por personas más motivadas y con tiempo para conciliar, lo que implicaría una mayor eficiencia y productividad.

Los resultados de la hipotética aplicación en España se desconocen, aunque José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España (ARHOE), advierte de que podría afectar singularmente a sectores como el comercio y la hostelería. “Si falta una persona, tiene que haber otra, por lo que quizás se generarían bolsas de precarios”. Estos podrían tener un contrato a tiempo parcial, lo que implicaría una precarización del trabajo, una con sueldos diferenciados o incluso la disminución del salario de todos los empleados.

Messenger cree que habría que combatir la “marginalidad” de los trabajadores a tiempo parcial con una normativa que compensase sus desventajas. Por ejemplo, pagar generosamente las horas extras, retribuir las guardias —aunque no se trabajen, cuando obliguen al empleado a estar localizable y disponible—, adecuar sus horarios a sus necesidades familiares, promover su promoción interna y conceder permisos que compensen las carencias de su contrato parcial con el de sus compañeros a jornada completa.

¿Cobrar lo mismo por trabajar menos tiempo?

“Un día menos de trabajo a la semana generaría empleo si el trabajador cobrase un sueldo inferior, pero no puedes pagar lo mismo por treinta y dos horas semanales que por cuarenta”, cree Luis Casero, quien insiste en que podría agravar la precariedad en el comercio o la hostelería, puesto que los empresarios tendrían que contratar a más personal para suplirlos, lo que podría conllevar una reducción de los salarios.

Obviamente, el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España da por supuesto que la reducción de la jornada laboral pasaría por un recorte de la retribución económica. “Por eso, vayamos pasito a pasito, porque correr puede ser muy populista y te arriesgas a tropezar con el tiempo”.

¿Podría permitírselo un autónomo?

Quizás un trabajador por cuenta propia que esté leyendo estas líneas se plantee que reducir un día la semana laboral, más que una quimera, es una locura, cuando él se ve obligado a trabajar diez o doce horas al día, incluso en los fines de semana. La casuística es amplia, aunque la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos (ATA) asegura que el 78% de los autónomos trabaja nueve horas diarias o más.

Un estudio propio, publicado en mayo, señala que el 28% de los autónomos asegura que se pasa la mitad del día trabajando, mientras que el 20% también lo hace durante el sábado y el domingo. Las bajas por enfermedad son un espejismo para el 76%, que no coge ninguna durante todo el año. “No son superhéroes, pero a veces lo parecen […]. Su negocio no puede parar tres días, dos veces al año, por una gripe”, afirma su presidente, Lorenzo Amor, en la investigación. En cuanto a las vacaciones, procedería hablar más bien de escapadas, pues sólo un 5% se toma más de 30 días al año, mientras que el 73% no puede permitirse más de veinte, según datos de ATA.

“Siempre que se realizan este tipo de propuestas, que implican tanto el aspecto laboral como el social de los ciudadanos, hay que tener en cuenta un tercer aspecto: el económico”, analizan fuentes de la Federación. “Y al decir económico nos referimos a las consecuencias e implicaciones, porque se habla mucho de descanso y consumo, pero no de ingresos o pago de impuestos.

¿Por qué trabajar cuatro días y no tres?, se preguntan la entidad que representa a los trabajadores por cuenta propia, tantas veces sometidos a la autoexplotación. “Cuando planteas una medida, no sólo debes señalar cuántos días reducirás, sino que tienes que explicar si es con el mismo sueldo o si se reduce un 20%, que es lo que disminuye la jornada semanal”. Ante la propuesta del partido de Íñigo Errejón, ATA no deja de cuestionarse la propuesta. ¿Qué pasará con las cotizaciones? ¿Qué hacemos con las vacaciones? ¿Podrán subirse así las pensiones?

“Un autónomo sin empleados ni se lo plantea. Él ya es dueño y señor de su tiempo”, afirma la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos. “Y, sobre todo al principio, los emprendedores dedican, según el citado estudio, la mitad de su día a su negocio. La mayoría confiesa trabajar más de diez horas diarias y a veces hasta siete días a la semana”.

Ésa es la realidad para ATA, que —con los pies en el suelo— se ve excluida de una reorganización de la semana laboral, porque apenas un 1% de los autónomos encuestados trabaja menos de 35 horas. Es lo que Javier Andaluz califica como “autoexplotación”, aunque el responsable de Clima y Energía de Ecologistas en Acción recuerda que muchos asalariados del sector hostelero también son exprimidos por sus empleadores.

Horarios extenuantes: ¿un problema cultural de España?

José Luis Casero procura no caer en el tópico y evita los prejuicios atribuidos a razones culturales. “Se puede trabajar más en menos tiempo si el empleado y el empresario reman en la misma dirección. Así podríamos aspirar a una jornada de cinco días productiva y conciliadora”, añade el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España (ARHOE), quien subraya la existencia de varios factores que lastran ese objetivo y que deberían subsanarse. Los “ladrones de tiempo”, situados a uno y otro lado: empleador y empleado.

Ladrones de tiempo

Si trabajamos más horas, pero producimos menos, ¿cuál es el problema? José Luis Casero le echa la culpa a los “ladrones de tiempo”. Unos, externos, como el propio jefe, quien “te obliga a estar presente en tu puesto de trabajo una vez terminada la jornada”. O los compañeros que te lían, añade el responsable de ARHOE, y quienes destinan parte de la jornada a entrar en sus redes sociales o a realizar trámites personales.

“Cuando uno trabaja, debería estar trabajando”, insiste Casero, quien también alude a los ladrones de tiempo internos. O sea, al propio trabajador. “El horario es el que es, por lo que no me parece normal salir dos horas a comer y luego tomarse un café y una copita. Como tampoco procede bajar continuamente a fumar. Son formas de desaprovechar el día, porque en otros países europeos terminan a las cuatro y luego se toman una cerveza, pero antes han trabajado duro. Hay que procurar rendir durante la jornada establecida y terminar antes, porque un empleo no puede comerte la vida personal”, concluye el presidente de ARHOE.

¿Colapsaría los trámites de la Administración?

Los funcionarios del ámbito judicial no ven con buenos ojos reducir un día de trabajo. O, más bien, se plantean otro tipo de mejoras, que consideran más necesarias y urgentes. “En primer lugar, apostamos por la recuperación de la jornada de 35 horas semanales, que ya teníamos y nos arrebataron por la crisis, cuando nos impusieron 37,5”, explica Juan José Carral, presidente de CSIF Justicia Madrid, quien advierte de que con sólo cuatro días “la Administración de Justicia, que ya está colapsada, se paralizaría más”.

“La medida, si no se refuerza con la mejora de los recursos humanos actuales, perjudicaría al usuario, pues mermaría el tiempo de los funcionarios para desarrollar su labor, excepto que fuese una norma ficticia y al final resultase necesario hacer horas extras”, matiza el sindicalista, quien añade que habría que llevar a cabo modificaciones y preservar derechos adquiridos. Por ejemplo, adaptar las guardias y velar por el mantenimiento de los sueldos.

Carral estima que su sector adolece de falta de medios desde tiempos inmemoriales y le echa la culpa a los sucesivos Gobiernos. “Siempre ha ido muy por detrás de las necesidades por varias razones. La Justicia no reporta beneficios electorales ni económicos, como sucede con Hacienda, por lo que no está dentro de las prioridades de los mandatarios. Ese atraso también puede ser deliberado, con el objetivo de ralentizar ciertos procesos”.

El presidente sectorial de CSIF en la Comunidad de Madrid define la Justicia como la hermana menor de la Administración pública, por lo que considera que “la desinversión producida en los últimos años será muy difícil de recuperar”. Aunque cree que la semana de cuatro días sería ineficiente, está a favor de reducir las horas diarias, pues “redundaría en un mayor rendimiento y eficiencia del trabajador, que en última instancia beneficiaría a la ciudadanía”.

Por ello, le da la bienvenida a todas las medidas que faciliten la conciliación, siempre y cuando vayan aparejadas de un aumento del empleo público. O sea, más recursos humanos para proporcionar un servicio óptimo. “Ahora bien, con revertir lo que nos quitaron en principio sería suficiente”, deja claro Juan José Carral. “Acompañado, eso sí, por la modernización de un sistema administrativo y laboral anticuado, propio del siglo pasado. Eso, junto a la puesta al día tecnológica y a otras cuestiones como la eliminación del papel, es preferente a la semana de cuatro días”.

¿Más colas y esperas en sanidad?

Los sindicatos diferencian entre la atención primaria y la especializada, que requiere una atención de 24 horas al día. En todo caso, más que por reducir los días, abogan por rebajar las horas: una semana de 35 en vez de las 37,5 actuales. “En otros sectores podría ser pertinente, pero en la sanidad pública sería muy complejo, sobre todo por la descapitalización en los ambulatorios. Es decir, los pacientes quieren ver a su médico y a su enfermera de confianza, no a otros”, asegura el sindicalista Fernando Hontangas.

También es preferible que el seguimiento de los enfermos corra a cargo siempre del mismo profesional, continúa el presidente de CSIF Sanidad Madrid, donde se trabajan siete horas diarias, mientras que el tiempo restante se compensa con la atención de otros cupos cuando faltan compañeros. “Si acortas la semana laboral, desvirtúas la atención primaria y provocas que los servicios de urgencias tengan que entrar a currar los jueves por la tarde”.

Hontangas recuerda que el médico debe realizar otras labores, como formarse o reunirse con su equipo, por lo que reducir un día de trabajo le imposibilitaría atender a su cupo de pacientes. Considera que las 35 horas semanales son necesarias para cumplir con su labor, aunque debería acompañarse de un aumento de la plantilla. “No podemos estar supliendo continuamente al colega de baja o de vacaciones, porque en la sanidad no se contratan a otras personas. Es necesario hacerlo, así como abrir más centros de salud y distribuir la población en ratios coherentes”.

Si falta un compañero, insiste, alguien tiene que hacerse cargo de su cupo. “No puedes atender a un paciente en tres minutos. Ni a setenta en siete horas, más las visitas a domicilios y otras tareas como las citadas». En vez de plantear una semana de cuatro días, las Administraciones deberían contratar a más sanitarios, empezando por pediatras y enfermeras, concluye el presidente de CSIF Sanidad Madrid. “ Y, por supuesto, garantizar diez minutos por consulta”.

El investigador de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Jon Messenger considera que las largas jornadas laborales están asociadas a la fatiga crónica, lo que termina provocando problemas de salud como enfermedades cardiovasculares, desórdenes gastrointestinales y una mayor tasa de mortalidad, como sucede en Japón. La salud mental también se ve perjudicada, como refleja el aumento de los casos de ansiedad, depresión e insomnio, escribe en el estudio Working time and the future of work.

El informe del experto en tiempo y organización laboral muestra que, si el trabajo extenuante se prolonga durante más de tres décadas, aumenta el riesgo de sufrir infartos, artritis, diabetes y algunos tipos de cáncer. Afectaría más a las mujeres que a los hombres, añade Messenger, quien estima necesario que las empresas tuviesen en cuenta la necesidad de conciliar su empleo con familia, lo que beneficiaría a su salud. Si se redujesen estas dolencias, concluye Messenger, habría menos pacientes en los centros de salud, lo que descongestionaría la sanidad, al tiempo que le ahorraría costes.

¿Los viernes sin clase?

Aunque el profesorado considera que se podría impartir el programa con un horario escolar de cuatro días, estima prioritario volver a la jornada laboral de 35 horas, de las cuales 18 serían lectivas. Las cifras varían en función de cada Comunidad Autónoma, pero actualmente en Madrid trabajan 37,5 en secundaria (20 lectivas, que suben a 23 en infantil y primaria). El objetivo, pues, sería reducir las horas y no los días, pues acarrearía un problema añadido: si los padres y madres trabajan, ¿qué harían con sus niños los viernes?

“Habría que adaptar el sistema, y no sólo el de la enseñanza”, razona Antonio Martínez, presidente de CSIF Educación Madrid, quien aboga por establecer la jornada continuada. “Sería más provechoso condensar las clases en horario de mañana. Después de comer se rinde muy poco. Si las últimas horas, previas al almuerzo, resultan más pesadas para los alumnos, imagínate cómo serán las de la tarde”, se queja Martínez.

¿Y tendría sentido reducir un día en la universidad? La Pontificia Católica de Perú, en un artículo que refleja la mayor eficiencia de los trabajadores menos agotados, señala que en un centro estadounidense fue bienvenida porque los alumnos podían dedicar esa jornada libre al voluntariado, a su vida social o a trabajar para obtener ingresos económicos. Sin embargo, planteaba que la competitividad en la investigación y la publicación de artículos podría suponer un obstáculo, dado que si alguien trabajase el viernes podría tener ventaja sobre otros investigadores.

“Claro que cabría esa posibilidad”, apunta Antonio Martínez, aunque insiste en que la semana de cuatro días no es un tema prioritario en ningún nivel educativo, ni siquiera en el universitario, aunque ha habido ejemplos de facultades que puntualmente han concentrado las clases. “Incluso podría provocar más perjuicios que beneficios. La prioridad en España es reducir las horas de trabajo y lectivas, en la actualidad por encima de las que se hacen en Europa”, concluye el presidente de CSIF Educación Madrid, quien emplaza a los partidos políticos “a sentarse para firmar un pacto que mejore la educación”.

¿Una solución a la automatización?

La automatización del trabajo —así como las nuevas tecnologías, la robotización, etcétera— podría provocar más desempleo. Hay teóricos de diverso signo que plantean que reducir las horas y los días de trabajo posibilitaría un reparto del empleo y una reducción del paro, aunque habría que ver si los salarios seguirían siendo iguales. Gerardo Cuerva, presidente de la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa (CEPYME), contextualiza el sistema de transferencia de las tareas de producción de los humanos a las máquinas.

“Estamos inmersos en un proceso intenso a nivel mundial de cambios con hondas repercusiones en la economía, en el trabajo y en la sociedad. La digitalización y la tecnología suponen un desafío para las pequeñas y medianas empresas, pero también suponen una oportunidad que requiere un cambio de mentalidad dentro de las pymes y un espacio para que desarrollen nuevos productos, servicios y modelos de negocio”, explica este ingeniero industrial, quien desempeña su labor en el sector energético.

“No compartimos la opinión de que las nuevas tecnologías y la robotización puedan provocar más paro, sino que cambiarán los empleos. En algunos sectores se impondrá la automatización, pero se generarán nuevos nichos de negocio y oficios nuevos que, en muchos casos, todavía hoy desconocemos”, afirma el presidente de CEPYME. “En ese escenario, el papel de la educación y la formación será estratégico para garantizar la adquisición de habilidades en digitalización para el conjunto de trabajadores y empresarios”.

José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España (ARHOE), considera que la robotización y las nuevas tecnologías son “imparables”, signo de la evolución de los tiempos. “Tendremos que instaurar un nuevo modelo socioeconómico, que podría pasar incluso por un impuesto al trabajo del robot, de modo que haya un retorno a los servicios públicos”.

Ante la amenaza del paro o unos salarios más bajos, el estudio de Autonomy aboga por invertir el tiempo para que los trabajadores puedan formarse y reciclarse, de modo que se aproveche la automatización para que los empleados tengan una jornada laboral más corta. Una mano de obra altamente cualificada redundará, según el estudio del think tank británico, en una semana más breve y en una economía más productiva.

UGT también planteó los cuatro días, manteniendo las ocho horas de trabajo diarias —hasta completar las 32 semanales— y el salario. De este modo, el empleado curraría menos del 40% de su vida biológica. Una forma de reducir el impacto de las nuevas tecnologías y la automatización, que destruirían entre uno y seis millones de empleos en la próxima década, según sus cálculos.

Su estudio Impacto de la automatización en el empleo en España recomienda, entre otras medidas, “promocionar el empleo en aquellos sectores que se beneficiarían de la reducción de jornada, como el sector sanitario, el ocio o la ecología”. Para amortiguar los efectos de la robotización, plantea la creación de impuestos asociados a las nuevas tecnologías, una forma de repartir los beneficios empresariales “de manera más justa”. Los que se vean igualmente centrifugados del mercado laboral contarían con “nuevos sistemas de rentas”.

Aunque en su día muchos se llevaron las manos a la cabeza por la propuesta de Podemos de una renta básica universal para los desempleados, algunos economistas neoliberales pasaron a defenderla tras tener en cuenta los efectos de la automatización. No sólo por la evidencia de que aumentaría la cola en las oficinas del paro, sino también porque el consumo se resentiría con las masas de ciudadanos sin trabajo… ni dinero para consumir, lo que en última instancia reduciría los beneficios de las empresas.

¿Menos contaminación y más ahorro energético?

Reducir la semana laboral a cuatro días sería una respuesta ante el cambio climático, cree Javier Andaluz, portavoz de Ecologistas en Acción, quien matiza que la medida debería ir acompañada por muchas otras, “que abarcarían los planos social, cultural y económico”. Conocedor de las dificultades para ponerla en práctica en ciertos sectores, aboga por un cambio radical en el modo de vida, la única forma según él de frenar la destrucción del medioambiente. Los cuatro días serían un paso más de una larga carrera.

Javier Andaluz es consciente de que ese día libre sería ocupado por otro empleado, de modo que una determinada fábrica seguiría produciendo, igual que sucede hoy en muchas empresas con los turnos. Otras sólo paran un par de veces al año para efectuar labores de mantenimiento. Si la semana laboral de cuatro días se cumpliese realmente en empresas dependientes de sectores energéticos (siderúrgicas, cementeras, metalúrgicas…), se reducirían las emisiones contaminantes, pero estamos lejos de verlo.

“Por su modelo de negocio o porque buscan una gran producción, la actividad de muchas compañías es constante, pero eso no resulta compatible con la lucha contra el cambio climático, que llevará a un colapso social, económico y energético. Por ello, quien actualmente no tenga la posibilidad de parar su frenética actividad debería plantearse si su modelo es viable respecto a la electricidad y los recursos que consume, así como su repercusión en el planeta”, reflexiona el responsable de Clima y Energía de Ecologistas en Acción.

Con una semana laboral de cuatro días, el ahorro energético en algunas empresas, en cambio, no sería tan relevante, pues el consumo se desplazaría a los hogares. Dado que el trabajador se queda en casa, pondría la lavadora o el lavavajillas, encendería la calefacción o el aire acondicionado, etcétera. El impacto no sería importante, aunque según Andaluz se ahorraría en transporte y movilidad, que según él genera el 25% de las emisiones contaminantes.

Según el estudio The Shorter Working Week: A Radical And Pragmatic Proposal, elaborado por el laboratorio de ideas Autonomy, “hay sólidos indicios de que de que reducir la semana laboral puede ayudar a reducir la contaminación del aire”. Antonio Martínez, presidente de CSIF Educación Madrid, también cree que la jornada intensiva evitaría costes en electricidad, así como en profesorado y personal no docente.

El problema es que ese empleado que libra sería reemplazado, en muchas ocasiones, por otro, quien sí cogería el coche para ir a la oficina o a la fábrica. El tráfico podría disminuir en ciertos centro de trabajo, como las ciudades-empresa, según el portavoz de Ecologistas en Acción, quien reclama medios de transporte colectivo para reducir la circulación hacia las sedes centrales de grandes compañías como Telefónica, Santander, Endesa o Iberdrola.

Otro inconveniente de no trabajar el viernes, desde el punto de vista de la contaminación causada por el tráfico, sería que esas personas podrían desplazarse por la ciudad y su periferia para disfrutar del tiempo libre. “Ese modelo de ocio de centro comercial, al que se va casi siempre en coche, hay que frenarlo porque es devorador para el cambio climático”, advierte Andaluz.

Luego están las escapadas nacionales e internacionales, tanto en automóvil como en avión, que podrían aumentar si hubiese fines de semana de tres días. “Es posible, pero hoy lo que limita esos viajes de placer es más la pérdida de capacidad adquisitiva que el tiempo libre”, cree Andaluz. En ese sentido, el laboratorio de ideas británico Autonomy argumenta que un enfoque más universal de la reducción de las horas de trabajo sería la mejor forma de prevenir un “nuevo dualismo” entre quienes pueden permitirse disfrutar del tiempo libre y quienes no.

“Sea como fuere, el modelo de turismo actual es incompatible con el futuro del planeta. Y, si se diese el hipotético caso, sería un efecto anecdótico que habría que controlar”, añade el portavoz de Ecologistas en Acción. Al margen de los viajes largos o en avión, ¿le vendría bien a la España vacía y a muchas localidades ese turismo de fin de semana? ¿Podría servir no sólo para recibir visitantes, sino también para fijar población?

“No lo vería desde una óptica turística, sino como una forma de luchar contra el envejecimiento”, opina Javier Andaluz. “Los hijos del pueblo podrían regresar con mayor frecuencia para compartir el tiempo con su familia e incluso para establecerse allí, gracias al teletrabajo y a internet”, concluye el responsable de Clima y Energía de la ONG, cuyas respuestas pasan por la perspectiva de frenar el cambio climático a toda costa.

Queremos conciliar, pero…

Autónomos y mujeres son los grandes perjudicados por las largas horas de trabajo y la imposibilidad de dedicarle el tiempo necesario a la familia y los cuidados. Un informe de ATA subraya que “la alta dedicación al negocio dificulta la conciliación de la vida laboral y personal de los trabajadores por cuenta ajena”. Uno de cada dos encuestados entre 30 y 55 años puede hacerlo. Los jóvenes lo tienen peor: sólo está al alcance de uno de cada cinco.

El principal motivo por el que no pueden conciliar, según el informe de Federación Nacional de Trabajadores Autónomos, es el exceso de trabajo y la dedicación que exige su negocio. La mitad de los afectados no puede dejar de trabajar a las horas que quisiera, mientras que uno de cada tres tienen un horario incompatible para hacerlo.

¿Cuáles son sus prioridades? El cuidado de hijos (60%) y de otras personas (18%), para lo que precisarían varias horas, si bien ocho de cada diez carecen de ese tiempo, con el desgaste físico y mental que supone. “Los autónomos quieren tener la posibilidad de descansar y de conciliar”, afirma en el estudio el presidente de ATA, Lorenzo Amor, quien subraya que apenas el 5% del colectivo querría tener más horas libres para disfrutar del ocio. “Que un autónomo pueda cogerse una baja sin temer por su sustento es fundamental. Debemos seguir trabajando para conquistar derechos sociales”, añade.

Las mujeres que trabajan por cuenta propia son las más perjudicadas. Un 84% necesita conciliar para cuidar de terceros. Además de no tener tiempo para hacerlo, cuando se encuentran mal tampoco pueden dejar de trabajar. Así, el 88% de los autónomos que trabajaron enfermos fueron mujeres, una cifra que baja hasta el 64% en el caso de los hombres, según el apartado del informe de ATA dedicado a las bajas laborales.

Gerardo Cuerva, quien reconduce el asunto a los trabajadores por cuenta ajena, considera importantes las políticas de conciliación, aunque matiza que “a menudo se incurre en el error de considerar que la conciliación ha de bascular exclusivamente sobre las empresas”. Sin embargo, según el responsable de CEPYME, no todas son iguales o tienen las mismas capacidades de asumir retos de conciliación, “que, no olvidemos, frecuentemente suponen costes adicionales o tensiones internas”.

El presidente de la Confederación Española de la Pequeña y Mediana Empresa resalta que “no todas disponen de los mismos márgenes organizativos y, en este sentido, no son comparables las posibilidades que puede tener una de gran tamaño frente a una pequeña, que no cuenta con los mismos recursos para hacer frente a las distintas situaciones de conciliación”.

José Luis Casero, responsable de ARHOE, la sitúa en un primer plano. “La conciliación debería figurar en pacto social como tema principal, pero sin pensar en los sindicatos como los buenos y en los empresarios como los malos”, añade el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España.

“De hecho, la conciliación es productiva, porque los empleados van a estar más felices y trabajarán más, con la mejora consecuente de la cuenta de resultados”, cree Casero, quien subraya que ésta genera riqueza y empleo.

Trabajar con perspectiva de género

La opinión de Bibiana Medialdea, profesora en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense, sobre la semana de cuatro días es negativa, porque la ve muy problemática. “Tenemos problemas gravísimos en la calidad de vida y en los cuidados, que lastran a las mujeres y repercuten en su dependencia y desigualdad financiera”, contextualiza la especialista en discriminación laboral. “Debería reducirse la jornada laboral diaria, algo que resultaría imposible si sólo se trabajase de lunes a viernes”, añade Medialdea, quien preferiría currar cuatro jornadas en vez de cinco, si no fuese porque la considera una pregunta trampa.

“Sólo tenemos una forma de avanzar en igualdad: rebajar las horas diarias, porque concentrarlas en cuatro días no soluciona los problemas de falta de sueño, de conciliación o de quienes sólo viven para trabajar”, reflexiona la economista, quien considera que la medida profundizaría en el modelo de vida actual: “Trabajo cuatro días sin parar, dejando los niños a cargo de otros y la casa por arreglar, y luego me muero…”.

Bibiana Medialdea insiste en los problemas físicos y psíquicos provocados por las jornadas maratonianas. “Perdemos calidad de vida porque estamos durmiendo poco”. La solución, según ella, no pasaría por reposar todo lo posible durante tres días para volver a la misma rutina con la llegada del lunes.

“No se trata de acumular el descanso, ni tampoco los cuidados. Debemos reajustar el empleo a nuestras necesidades, por lo que hay que reducir el horario, no los días. No me creo que la jornada de cuatro días fuese de ocho horas, por no contar el tiempo que perdemos en el transporte”. La especialista en trabajo de cuidados asegura que nadie le ha mostrado una sola una ventaja que se consiga con la reducción de la jornada semanal que no se obtenga con la de horas diarias.

La economista Carmen Castro, experta en políticas europeas de género y en empoderamiento de las mujeres en la Administración Pública, también es partidaria de reducir la jornada diaria y no la semanal. “El reparto del empleo no debería realizarse concentrando los días, sino el trabajo y sus tiempos, de modo que puedan acceder más personas al mercado laboral y todos reduzcamos las horas que estamos pringando”. Sería, cree ella, una fórmula más equitativa para los parados que, de paso, mejoraría el cuidado de las personas.

“Desde la lógica de la sostenibilidad de la vida, ¿cómo nos reorganizamos?”, se pregunta la economista especializada en igualdad de género. “Las personas no somos robots que se apagan y se encienden. Quienes tienen a su cargo menores, mayores y enfermos no pueden desconectarlos cuatro días y volver a activarlos de viernes a domingo”, ironiza Castro, convencida de que deben priorizarse nuestras necesidades como personas para desarrollarnos humanamente. “Para ello, deberíamos reducir la jornada laboral máxima y el tiempo diario que pasamos en los centros de trabajo”.

En todo caso, considera positiva la propuesta de reducir a cuatro días la semana laboral porque plantea el debate sobre la “insostenibilidad del sistema, que le da preeminencia a la lógica mercantilista sobre las necesidades de los individuos”. Y, de paso, abre una brecha que debería quebrar en un futuro la cultura presentista.

Ahora bien, la medida de Más País no responde, según Castro, a las necesidades actuales, sobre todo después de los recortes en gastos sociales producidos tras la crisis económica. “Ha habido una reprivatización del ámbito doméstico, donde las mujeres cubren los cuidados que deberían correr a cargo de las políticas públicas. Por ello, una propuesta que no ponga sobre la mesa los cuidados sigue afectada por la ceguera de género”.

¿Quién cuida de quién?

Una semana de cuatro días no tendría sentido desde el punto de vista de los cuidados, según Bibiana Medialdea, pues el ciclo vital es diario. “No sé a quién se le ha ocurrido esta tontería, como si la vida se ciñese al empleo y al ocio, alargando este último a tres”, critica la economista de la Complutense, quien aboga por una jornada intensiva de cinco días. “Sería lo ideal, pero debe ajustarse a las distintas actividades, pues la industria y los servicios son distintos. Siendo flexibles a las realidades de cada sector, habría que hacer jornadas compactas y compatibles con la vida”.

De lo contrario, una mujer que quiera prosperar en su empresa o rechace la pérdida de adquisitivo con una reducción de jornada, se verá obligada a currar a destajo, porque también existe un trabajo no remunerado que hasta hace poco había permanecido invisible. “No renunciará a trabajar tantas horas diarias, pero a costa de su salud. La mujer hará malabares y asumirá ese precio a pagar. No sólo por su jornada, sino también por la de su marido, que probablemente será similar”, apunta Medialdea.

No se trata, según ella, de beneficiar sólo a las madres, sino a todos los hombres y mujeres para que se distribuyan los cuidados. Lo contrario, insiste, genera desigualdad. El think tank Autonomy considera que para lograr una igualdad de género hay que aumentar los permisos de paternidad, los empleos a tiempo parcial bien pagados y los cuidados. De hecho, su estudio The Shorter Working Week: A Radical And Pragmatic Proposal defiende que el trabajo pagado y el no remunerado —como el que se lleva a cabo en el hogar— deben considerarse como dos caras de una misma moneda.

“La desigualdad en los cuidados afectaría incluso a los dependientes, porque en comparación con nuestro PIB España es uno de los peores países al respecto y hay mucha pobreza infantil”, concluye Medialdea. “Insisto en que los primeros perjudicados son quienes los reciben. El problema es que los niños no votan, por lo que están muy mal atendidos”.

No olvidemos el autocuidado

Proporcionar atenciones a terceros, sean hijos o padres, familiares o amigos. Pero también dedicarse tiempo a uno mismo. Bibiana Medialdea enfatiza la importancia del autocuidado. “La gente pierde calidad de vida por trabajar estresada y no dormir lo suficiente”, añade la profesora de la Complutense. Autocuidado es cuidarse físicamente, pero también disfrutar de una lectura, una película, un paseo, una amiga… De cerrar los ojos sin preocuparte de que alguien reclame tu ayuda después de una exhausta jornada laboral.

Sin embargo, hombres y mujeres recurren a otras personas para que les presten servicios domésticos, debido a la imposibilidad de poder realizarlos por falta de tiempo. ¿Pero qué pasa cuando la cartera no lo permite o supone un gran esfuerzo monetario? “Terminas mal contratatando a una persona debido a tu precariedad, porque no puedes atender a tus niños o a tus mayores, pero necesitas que alguien se haga cargo de ellos mientras desempeñas tu trabajo precario”.

La semana laboral de cuatro días tampoco favorece el autocuidado, ni tampoco la creación de puestos laborales, según Medialdea. “Concentrar las horas no genera más empleo ni te permite contar con más tiempo libre para ti misma, porque distribuyes el ya comprometido laboralmente en menos días presenciales”.

Las empresarias también deberían conciliar

Las mujeres tienen dificultades para ocupar puestos de dirección y sentarse en los consejos de administración. Muchas renuncian a su carrera profesional para dedicarse a su familia o descartan formar una para progresar en su empresa en igualdad de condiciones que sus compañeros varones. Sin embargo, una semana de cuatro días tampoco les favorecería a ellas, cree Bibiana Medialdea.

“La fórmula no permite reorganizar el tiempo de trabajo. Seas una cajera o una alta directiva, si estás todo el día fuera de casa, debes compatibilizar el trabajo con tu familia y tus cargas de cuidados. Conclusión: te ves obligada a pedir una reducción de jornada, una excedencia hasta que los niños sean mayores o a dejar el trabajo, con lo que repercutirá en tu salario, en tu carrera profesional y, cuando te jubiles, en tu pensión”, añade la profesora de la Complutense.

Eva Serrano Clavero, presidenta de la Asociación Española de Mujeres Empresarias de Madrid (ASEME), cree sin embargo que actualmente la preocupación en el mundo empresarial se centra en la menor creación de puestos de trabajo. “Por lo tanto, lo más importante es crear más empleo, para así generar riqueza que garantice aspectos tan importantes como las pensiones y los principales servicios públicos”, añade la también vicepresidenta de la Confederación de Empresarios e Industriales de Madrid (CEIM).

“Además, es importante resaltar que el empleo debe fomentar la corresponsabilidad. No se trata de que sean sólo las mujeres las que trabajen menos y, por lo tanto, las que se vean más afectadas en su desarrollo profesional”, apunta Eva Serrano. “Por ello, la Administración deberá dotar las oportunas medidas de conciliación para que la sociedad alcance el perfecto equilibrio”.

Carmen Castro aboga en cambio por reducir la jornada laboral máxima, de forma que se recoloquen las prioridades de la vida. “Si cambias el el contexto, facilitas que las condiciones para las carreras promocionales vayan teniendo en cuenta otros criterios no tan ciegos al género, como sucede con la dedicación absoluta al trabajo mercantil y a extender las jornadas”, explica la especialista en igualdad de género. “Facilitar un cambio de conducta empresarial beneficiaría a las empleadas, pero también a las propias empresarias y directivas”.

La economista, especialista en empoderamiento de las mujeres en la Administración pública, vislumbra un nuevo escenario: “Imagínate que se consiguiese la reducción de la jornada laboral. Imagínate que funcionase como palanca de cambio para reordenar las prioridades. Imagínate que no estuviese bien visto, al contrario de lo que sucede ahora, que la gente no usase su tiempo para su esfera personal y sólo estuviese pendiente del trabajo productivo. ¿Cómo justificaría entonces un directivo en una junta que no destina su tiempo a socializar más allá de la oficina?”.

Nada mejor para la conciliación que una jornada de cinco días, pero intensiva. “Sería beneficioso desde el punto de vista del trabajador, pero también para las empresas y sus directivas”, cree Carmen Castro. “Todas las experiencias de reducción de jornadas laborales en Europa, incluso a seis horas diarias, han sido positivas”. Luego veremos cómo han resultado algunos de estos experimentos, tanto en nuestro continente como en otros.

Cambio del modelo de sociedad

Carmen Castro discrepa con las supuestas bondades que argumentan algunos sobre la semana laboral de cuatro días, si bien insiste en que la discusión es positiva, puesto que cuestiona de rebote el actual sistema laboral. “Por fin ponemos sobre la mesa que la organización del trabajo actual es insostenible”.

No obstante, la autora de la web singenerodedudas.com considera que se deberían valorar las mejores propuestas. “La concentración del mismo tiempo de trabajo remunerado en menos días podría favorecer a algunas personas, pues se desplazarían un día menos a su empresa, de modo que dispondrían de más tiempo libre. ¿Pero qué se pretende conseguir? ¿Acaso reorganizar los tiempos de vida? Entonces habrá que pensar cuál es la duración del tiempo y cómo lo distribuimos”.

Si mantenemos las cuarenta horas semanales —sin contar el trabajo no pagado, como el doméstico y los cuidados—, Carmen Castro se pregunta cómo debería acometerse esa reorganización para facilitar que todas las personas dispongan de una fuente de ingresos, incluidas las que están en paro, y puedan atender a los suyos. “Si trabajo ocho horas y tardo dos más en ir y volver del curro, me queda muy poco tiempo para poder dedicarme a las personas de mi entorno, a descansar, a cultivarme y a relacionarme socialmente con terceras personas”.

Si los hombres trabajan más horas que las mujeres, prosigue la economista, una reorganización del tiempo laboral debería reequilibrar esa diferencia, reduciendo las horas que le dedicamos al “trabajo mercantilizado”, para así poder hacer otras cosas en la vida más allá de currar para pagar las facturas. “Volviendo al aspecto supuestamente positivo que citaba anteriormente, desde una perspectiva pragmática, si tardas en desplazarte pero trabajas un día menos, individualmente te puede venir bien, pero no quiere decir que sea bueno socialmente”.

Además, habría que ver a qué grupos poblacionales afectaría el cambio, que según Castro supondría modificar los días de trabajo presenciales, pero no los problemas de conciliación derivados de unas jornadas laborales larguísimas. “Curiosamente, éstas no se corresponden con los países más productivos”, tercia Bibiana Medialdea, quien achaca la baja eficiencia a las “horas tontas de bajo rendimiento”. Si las eliminas y concentras el tiempo real de trabajo, añade la economista de la Complutense, aumentaría la productividad.

“Los partidos dan por hecho que, en una semana de cuatro jornadas, se van a mantener las ocho horas diarias, pero eso habría que verlo… Yo estoy segura de que aumentarían, por lo que es un error estratégico de las formaciones políticas que la plantean como solución al problema de la conciliación y del deterioro del medioambiente”, concluye Medialdea. “Una medida que no resiste ningún informe de impacto de género”.

Javier Andaluz, responsable de Clima y Energía de Ecologistas en Acción, cree en cambio que una jornada laboral de cuatro días sería “una oportunidad única para valorar los cuidados, la reproducción y las necesidades biológicas que vamos que tener en el futuro”. En paralelo, aboga por potenciar las organizaciones colectivas, los proyectos de barrio y las cooperativas de consumo. “Habría más tiempo para trabajar en las huertas y en la distribución de los productos ecológicos”, añade. “Es algo que no se ve, pero en el horizonte está frenar el cambio climático. Por lo tanto, otro día libre no debería emplearse para consumir y quemar el planeta, sino para invertirlo en cuestiones olvidadas”.

Experiencias prácticas

En Nueva Zelanda, la empresa Perpetual Guardian aplicó la semana laboral de cuatro días y la producción no sólo no se resintió, sino que casi cuatro de cada cinco empleados reconocen que han podido conciliar su vida laboral y familiar, mientras que antes sólo era capaz la mitad.

Los trabajadores que optaron por seguir trabajando de lunes a viernes gozan de mayor flexibilidad, como alterar sus horarios de entrada y salida para evitar los atascos. El nivel de satisfacción creció un 5% y el de estrés bajó un 7%, según un informe de la Auckland University of Technology, dirigido por el profesor Jarrod Haar.

En Suecia, una residencia de ancianos de Gotemburgo redujo la jornada laboral a seis horas, pero terminó volviendo a las ocho de siempre. Aunque los usuarios disfrutaron de más actividades y disminuyeron las bajas laborales por enfermedad, el proyecto del Ayuntamiento fue cancelado porque hubo que contratar a diecisiete enfermeras más y supuso un desembolso de 800.000 euros entre 2014 y 2016.

También en Gotemburgo, los mecánicos de la fábrica de coches Toyota trabajan seis horas diarias, las mismas que una unidad de cirugía del hospital de Sahlgrenska, según Newtral, que desmintió el bulo de la reducción de la jornada laboral en toda Suecia. Era, simplemente, un proyecto piloto.

En EEUU, el Estado de Utah decidió que los funcionarios trabajasen de lunes a jueves, diez horas al día, lo que supuso una reducción del gasto de energía y del tráfico, así como de las bajas por enfermedad y el estrés. Ocho de cada diez empleados públicos, hasta sumar 17.000, se apuntaron al plan, cuyo resultado fue satisfactorio para el 82%, según un estudio de las autoridades llevado a cabo en 2008.

En Alemania, el sindicato IG Metall firmó recientemente un convenio colectivo para que los trabajadores del metal puedan trabajar 28 horas a la semana, en vez de 35, pero la decisión depende finalmente de la decisión de cada empresa, que puede considerar inviable el horario. El pacto llevó a creer erróneamente que la semana laboral se reduciría en todo el país, cuando ni siquiera sucederá en todo el sector metalúrgico, al que se circunscribe el acuerdo.

“Pese a las resistencias individuales, las experiencias en algunos países y sectores demuestran que se gana en salud, satisfacción personal y productividad, lo que se plasma en las cuentas de resultados”, concluye la economista Carmen Castro, especialista en políticas europeas de género y en empoderamiento de las mujeres en la Administración pública.

Las ventajas (si fuésemos realistas)

Los pequeños y medianos empresarios centran su discurso en la racionalización de los horarios: abogan por evitar las jornadas excesivas y mejorar el rendimiento de los trabajadores, lo que implicaría a su juicio una mayor productividad. No obstante, establecen diferencias entre pequeñas, medianas y grandes empresas, al tiempo que consideran que los horarios laborales en España también se ven condicionados por factores culturales.

Se sobreentiende que los patrones no están por la labor de acortar un día la semana laboral, una medida que resultaría positiva para la conciliación laboral y familiar si durante las restantes cuatro jornadas se trabajasen ocho o menos horas diarias de forma continuada. Sólo así se podría dedicar tiempo a los cuidados, según los expertos consultados, pero a día de hoy es una quimera.

Los perjuicios (a modo de conclusión)

No hace falta consultarle a los empresarios para encontrarnos con otros agentes sociales que ilustran los aspectos negativos de la semana de cuatro horas. Las economistas especializadas en cuidados e igualdad de género dejan claro que de nada vale tener otro día libre si de lunes a jueves resulta imposible dedicarle tiempo a la familia. Bibiana Medialdea y Carmen Castro apuestan por reducir las horas de trabajo y concentrarlas en una jornada intensiva para facilitar la conciliación.

Algunos sectores, en cambio, creen que la lucha pasa por revertir el aumento de la carga laboral impuesto tras la crisis. Es el caso del profesorado, que exige que se reduzcan las horas de trabajo y lectivas semanales. La prioridad no sería reducir los días del calendario escolar, ni tampoco exigir imposibles, sino volver a las condiciones anteriores. Aunque las cifras varían en función de la Comunidad Autonónoma, en Madrid exigen para Secundaria una jornada de 35 horas semanales, de las cuales dieciocho serían de clases.

Los profesionales de la Justicia van en la misma línea. No se trata de reducir un día de trabajo, sino de currar menos horas cada día y modernizar el sistema administrativo y laboral, que consideran anticuado.

Los de la sanidad abogan por abrir más centros de salud y por contratar un mayor número de empleados para descongestionar las consultas y las listas de espera, porque entienden que un médico de cabecera no puede fallar a su cita diaria con sus pacientes. Eso sí, exigen que al menos se le puedan dedicar diez minutos de consulta. Lo que antes parecía insignificante ahora se ha convertido en una lucha.

Hay más opiniones en contra, recogidas a lo largo del texto, pero la conclusión es que no se trata tanto de trabajar un día menos a la semana, si de lunes a jueves hay que dedicarle al empleo ocho o más horas, como de reducir el horario y concentrarlo en una jornada intensiva.

Quizás así mejore la eficiencia del trabajador, la producción de la empresa y los cuidados de niños, mayores, enfermos y del propio empleado, que también es humano y no un autómata que los sábados deja de currar para ir de compras al supermercado. Una “vida de mierda”, que diría Juan Luis Arsuaga.

Henrique Mariño, Público

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